Amé
Ya no tengo un diario. A veces escribo en unos cuadernos que tengo por ahí, pero más que nada escribo acá cuando realmente siento que tengo algo digno de escribir. Y es mejor así porque recuerdo que los últimos años que llevé un diario era más por obligación que por gusto, y me pesaba no escribir con frecuencia. Ese peso ya no existe. Ahora escribo cuando quiero.
Hoy me puse a escarbar en la caja donde están guardados todos esos diarios que llené desde los diez años hasta los veintitantos. Desde los reclamos por la mejor amiga que me abandonaba repentinamente por otra mejor amiga, hasta la incertidumbre de estar esperando mi primer hijo. Desde la frustración de ser niña y no poder hacerlo todo, hasta la frustración de ser adulta y sentir que ya es muy tarde para todo.
Pero más que nada: desde ese niño de cuarto medio que yo amaba cuando iba en quinto básico (siempre me han gustado los imposibles), hasta el comienzo de mi amor por Cristóbal (el que se sintió más imposible que todos, y sin embargo, aquí estamos). Y todas las personas entremedio que significaron lo suficiente para ser registrados.
Lo fácil sería pensar que la mayoría eran desvaríos de una niña que veía demasiadas series como Felicity o Dawson’s Creek, pero finalmente me quedó la impresión de que me he pasado la vida amando. O anhelando ser amada.
Son pocos, pero a los que amé, los amé mucho. Y sentada en el suelo de la casa donde vivo con mi marido y mis hijos, con la certeza de que hoy amo de la forma más verdadera posible, leí a esa Nori de 15, 18 o 21 años, y agradecí haber amado y haber escrito. No permitirme olvidar, no arrepentirme de nada.
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