Cebolla
En el teléfono mi marido me pregunta si falta algo en la casa y le respondo que cebolla, porque siempre falta cebolla. Cuando uno lleva incontables días en cuarentena, empiezas a hacer análisis profundos sobre todo tipo de minucias domésticas y una de nuestras observaciones es ésa, el uso excesivo de cebolla en la cocina chilena casera. Es lo que más se compra y lo que más rápido se acaba. Cebolla en la cazuela, cebolla en la ensalada, en el olor del sofrito que entra a todas las piezas, avisando el comienzo de la hora de almuerzo. Cruda, frita, asada, caramelizada. Tantas variantes como familias que la comen.
Desde que pasó lo que está pasando muchas cosas han cambiado y frecuentemente he tenido que encargarme de tareas que antes evitaba, como cocinar. Aunque nunca me ha gustado y ahora apenas lo tolero, en la cocina puedo estar sola y fumar un cuarto de pito antes de empezar. Con el vuelo bailo mientras abro cajones y junto ingredientes. Con los audífonos puestos y las ventanas abiertas canto demasiado fuerte y sé que si me vieran desde afuera se reirían de mí, pero nunca hay nadie mirando. A veces el Cristóbal llega silencioso y me mira riéndose, pero dice que es una risa buena. Me libera cantar con los audífonos sonando fuerte, completamente despreocupada de desafinar. Como en los conciertos, ¿se acuerdan?
Cristóbal trabaja desde la casa, y yo he estado trabajando en la casa. Él hace entrevistas por teléfono, tiene videoconferencias, escribe y publica notas; yo limpio, cocino, hago la cama. Él también hace esas cosas, para ser justa, pero en un tiempo en el que lo estable parece un recuerdo, la prioridad es su trabajo con contrato. Yo tengo el tiempo y la nueva certeza de que hacer estas tareas domésticas no amenazan mi precaria identidad que se ha construído, desde pequeña, en el rechazo a ser una dueña de casa.
La pandemia ha tornado lo complejo en simple y claro, y yo sólo sé que me alegra ver a mis hijos disfrutar comiendo algo que preparé. Todos los lunes me piden que haga tallarines con salsa como los hace su abuela, mi mamá, la persona más dueña de su casa que conozco. Es el plato favorito de mis hijos y el único que puedo cocinar de memoria (por ende el único que cocino exitosamente mientras bailo y canto volada). Tallarines cocidos acompañados de boloñesa que contiene sólo tres ingredientes: carne molida, dos o más sobres de salsa de tomates y, obvio, cebolla.
Hasta la noche podré olerla en mis manos. La cebolla que me hace llorar porque aunque sé que tengo que afilar el cuchillo antes, no lo hago. La echo en el sartén con las manos, sabiendo que quedarán hediondas aunque me las lave 35 veces por 20 segundos. No me molesta. Dormí con mi mamá hasta una edad inconfesable, y es un olor reconfortante y familiar para mí. Ella me abrazaba por la espalda de una manera que llamaba “arrepollar”, con sus manos muy cerca de mi cara. No sé si me he vuelto a sentir tan segura como esas noches, quedándome dormida mientras escuchaba de fondo algún estelar y olía la cebolla en las manos de mi mamá. Hasta que llegó esa edad en la que todo lo que estuviera relacionado con ella me olía a represión y ahogo. Esa edad de la cual siento que nunca salí del todo, ya que una constante en mi vida adulta ha sido relacionar la seguridad con la opresión, deseando escapar muy lejos de ella.
Mientras cocino le escribo mensajes a un hombre que siempre los lee tarde. Otro hombre que en este texto no tiene por qué tener nombre. De él lo que más importa es que es simplemente otro, y que me hace volver a sentir las cosas que sólo un otro puede. Le mando fotos de mi cuerpo que responde con onomatopeyas, o diciéndome “rica”. Nada más. Me gusta poder hacerlo y no romper ningún acuerdo. Puedo fantasear con besar a este otro hombre y eventualmente hacerlo. Mandarle fotos y mensajes mientras cocino tallarines para mi familia. Una cosa no contamina la otra, las dos son hermosas y las hago por amor (por ellos, y por mí misma). Son dos capas de mí que a veces se tocan, pero casi nunca. Dos capas de la misma escena: una mamá que canta y baila en la cocina mientras prepara el plato favorito de sus hijos, plato que a la vez era su favorito cuando niña. Una mamá en la cocina con un secreto sólo para ella. ¿Habrá tenido uno mi madre?
Mido los tiempos de cocción en canciones y al final puedo notar que la salsa está lista por la intensidad de su rojo. Sirvo los platos y no sobra nada, 4 porciones perfectas. Si el olor no los trajo ya a la mesa, soy yo la que los llama y, luego de que se sientan, no pasan más de 10 minutos para que sus platos queden vacíos. Hasta el Cristóbal tiene manchada la boca con un borde rojo de salsa. Le pasan un pancito a los platos hasta que quedan blancos y brillantes, y yo les paso el pulgar por los mentones, borrando las persistentes manchas rojas. Pienso que no es mucho lo que necesitan, realmente. Mi hijo menor me pregunta qué es ese olor en mis dedos. Cebolla, le digo, y se aleja haciendo una mueca chistosa.
Camila
05/05/2020Te encontré un día antes de la pandemia navegando por IG. Me gusta mucho el contenido que publicas. Me gusta tu forma de ver la vida, de pensar etc.
Llegue acá porque me pareció muy entrete el relato, se me fue a la mente como una película.
Entrete el cuento “Cebolla” si salta otro en las historias de IG, ten por seguro que tendrás una lectora adicta a tus relatos.
Un abrazo cibernético encuarentenado ☺️
Camila.
admin
07/05/2020muchas gracias! 🙂
Alejandro
06/05/2020¡No puedo creer que este relato no tenga comentarios! ¡Qué buena forma de contar lo que es la intimidad de una persona!
Es increíble cómo algo tan simple y despreciado como la cebolla pueda concatenar tantos recuerdos y tantas vivencias.
Pero, al mismo tiempo, es absolutamente entendible. Después de todo, el olfato es nuestro sentido evolutivamente más antiguo y, por ende, el que más nos vincula con las emociones, que son también filogenéticamente previas al pensamiento.
Y es nuestra vida un referente de la evolución: lo más primitivo se ancla a nuestra infancia.
Fran
18/01/2021Que fasinante la forma en que escribes ojalá algún día poder hacerlo, algún concejo? También me encantan tus fotos, son hermosas. Que interesante sería conocerte.
Saludos
Fran.
admin
18/01/2021muchas gracias 🙂