Cuarenta

A las mujeres nos mienten y por eso yo vengo a decir la verdad. Nos mienten para que gastemos nuestros sueldos (todavía bajos en comparación a los de los hombres) en cremas, tinturas, tratamientos, fajas, ejercicios y todo tipo de aparatos que escondan los signos de la edad, bajo la incuestionable idea de que “vieja” es un insulto. 

Vemos venir cada cumpleaños con una mezcla extraña de temor y vergüenza. Decimos “gracias” cuando piensan que somos más jóvenes o derechamente mentimos cuando nos preguntan nuestra edad. Porque nos han vendido, metódica y consistentemente, la certeza de que sólo las mujeres jóvenes son deseables, y por ende, vigentes. 

Este año me convertí en una mujer de cuarenta y ha sido revelador. Primero, porque quería. Desde mi cumpleaños treinta y cinco vengo redondeando mi edad hacia los cuarenta. Me parecía un número sobre el cual podía pararme y observar con claridad el panorama: dónde estoy, hacia donde quiero ir y qué conseguí de lo que he deseado. Anhelaba el peso de tener cuarenta, entendiendo el peso no como algo que impide avanzar sino como lo que evita salir volando cuando el huracán golpea. 

Segundo, porque siempre que expresaba este deseo a amigas, conocidas y familiares, hasta las mujeres más feministas y deconstruidas que conozco me cuestionaban. No podía ser cierto. Nadie puede querer cumplir cuarenta años. La edad de la canción. La última frontera. La separación definitiva entre ser joven y estar vieja. Por eso, porque nos hemos creído esta mentira, yo quiero con urgencia decir esta verdad: envejecer es un privilegio.

Si tuviera que convencer a un montón de adolescentes y veinteañeras sospechosas de esa última afirmación, hablaría del deseo. No porque valide la idea de que una mujer deba aspirar a ser deseada, sino porque en términos de estar viva el deseo me parece lo más relevante. Y mientras más vieja soy, deseo más y mejor. Entiendo mi deseo, lo que me ha permitido aceptarlo y no juzgarlo. Actuar para satisfacerlo cuando se puede o usarlo como energía movilizadora y creativa cuando no. Mi deseo no me domina. 

Hablaría del cuerpo, de cuando no usé labial rojo porque otras mujeres decían que tenía la boca demasiado chica para eso. Ni me metí al mar por mis pelos en las piernas, que la gente en la playa notaría a la distancia. Ni fui a fiestas porque ningún hombre querría bailar con una mujer más alta que ellos. Tanta ropa que no me puse por no tener la figura correcta, tantas fotos en las que lo primero que noté fueron los defectos en mi cara, tanto tiempo perdido maltratándome por no cumplir con expectativas que ni siquiera eran mías. Pero con el tiempo y a punta de terapia, nudes, tatuajes y convicción, he ido conquistando mi cuerpo y puedo decir, ¡después de cuarenta años!, que cuando me miro al espejo me veo con canas, estrías y manchas que son hermosas porque son mías. 

Hablaría de que el día que cumplí cuarenta años el doctor me ordenó mi primera colonoscopía y que se sintió como una dura bienvenida. Les contaría que tuve mucho miedo, porque tengo trastorno de ansiedad generalizada, pero que finalmente, cuando me hicieron el procedimiento, elegí estar despierta. Les diría que hace un par de años no habría sido capaz de hacerlo. Les diría que con el tiempo uno se da cuenta que los diagnósticos no te definen.

Hablaría de la maternidad, porque llevo dieciséis años siendo madre y, sin embargo, sigo arrepintiéndome por lo menos una vez al mes de haber tenido hijos. Vivir con ese arrepentimiento me ha hecho sufrir, pero eventualmente me ha enseñado una de las lecciones más valiosas: no hay nada más importante que hacerse cargo de lo que una decidió. Mis hijos están acá, cada vez más grandes, y sé que llegará el día en el que me lean o me escuchen hablar de lo difícil que ha sido ser su madre, pero sabrán que me hice cargo amándolos lo mejor que pude. Hablaría sobre que se puede hacer las paces hasta con las frustraciones más trascendentales.

Hablaría sobre las expectativas y sobre cómo hay que evitarlas a toda costa porque las mejores cosas son las que te sorprenden, especialmente sobre una misma. A mis cuarenta años soy una mujer que trabaja en oficina y va al gimnasio cuatro días a la semana, dos cosas que nunca pensé decir sobre mí misma, pero que me han ayudado a alcanzar más de un tipo de estabilidad. En la construcción del personaje que pasé más de dos décadas moldeando no había espacio para la estabilidad, porque era sinónimo de aburrimiento. Mi expectativa era viajar por el mundo, escribir un montón de libros, tener muchos amantes y ser muy misteriosa. Pero ahora soy una persona con rutina y familia que escribe sobre su colonoscopía.

Finalmente, y porque son lo mejor de todo, hablaría sobre las personas. Sobre las relaciones que se van haciendo cada vez más largas y profundas. La maravilla que es finalmente entender a tus padres e inevitablemente perdonarlos. Ver a tus hermanos convertirse en padres e incluso en abuelos. Las amigas a las que no necesitas poner en contexto porque ya saben todas tus historias. 

Hablaría sobre la suerte de ver cómo los primeros electrodomésticos que compraste con tu marido se van echando a perder, y cómo los estampados de sus poleras favoritas van desapareciendo, pero seguir y seguir y seguir eligiéndolo. Hablaría sobre mirar a tus hijos y a tus sobrinos y a los hijos de tus amigas y reconocer los mismos ojos que tenían cuando eran guaguas. Hablaría todo el día sobre crecer junto a otras personas y ser testigo de sus cortes de pelo, cambios de casa y todos los grandes eventos y pequeños detalles que construyen sus vidas. ¿Quién podría querer perderse toda esa belleza? Con gusto ofrezco mis carnes que se sueltan, pelos que se tornan blancos y huesos que duelen por presenciarlo todo. Y ésa es la verdad. O la mía, por lo menos. 

2 Comments

  • Erika Araya

    22/04/2024

    “Las mujeres tienen otra opción. Pueden aspirar a ser sabias, no meramente agradables; a ser capaces, no meramente serviciales; a ser fuertes, no meramente graciosas; a ser ambiciosas por sí mismas, no sólo por sí mismas en relación con hombres y niños. Pueden dejarse envejecer naturalmente y sin vergüenza, protestando activamente y desobedeciendo las convenciones que surgen del doble estándar de esta sociedad sobre el envejecimiento. En lugar de ser niñas, niñas el mayor tiempo posible, que luego se convierten en mujeres de mediana edad de manera humillante, pueden convertirse en mujeres mucho antes y seguir siendo adultas activas, disfrutando de la larga y erótica carrera de la que las mujeres son capaces, mucho más tiempo. Las mujeres deberían permitir que sus rostros muestren la vida que han vivido. Las mujeres deberían decir la verdad.”
    Susan Sontag,
    Contra la Interpretación.
    -Gracias por decir la verdad Eleonora-

    • admin

      22/04/2024

      gracias a ti por este comentario <3

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