Guagua, niño, hombre
Al principio sólo hay un deseo, un impulso. Un instinto, si nos asumimos animales. Un mandato, quizás. Razones hay pocas, y casi ninguna tiene mucho sentido a estas alturas, para tener un hijo. De hecho estoy convencida que, después de haber tenido dos y haberlos visto crecer, no sé mucho más sobre nada. Ni sobre cómo fue que los hice, ni cómo se han convertido en las personas que son ahora. He estado ahí presenciando, y de cierta manera guiando, sus primeros años, y sin embargo me declaro ignorante sobre lo que significa realmente tener un hijo. A veces pienso que es simplemente imposible ponerlo en palabras. ¿Cómo llevar al lenguaje (que es casi siempre una jaula) una experiencia que se siente tan salvaje?
Mi hijo mayor cumple 16 años en enero próximo. Ha sido guagua, ha sido niño y está empezando a ser hombre. Lo sé porque han pasado ciertas cosas que me lo aseguran. Mucho del crecimiento de los hijos se basa en sutilezas. Palabras que dejan de pronunciar mal, llantos que van desapareciendo, pequeños detalles que se pierden en la rutina avasalladora. Pero con él ha habido un par de sucesos tan evidentes como un charchazo:
- Cuando me saluda, su barba me pincha la cara. Su suavidad es un recuerdo.
- La otra noche nos quedamos solos y vimos una película de miedo. En un momento álgido de suspenso, hubo un sonido raro en la cocina y, sin ni siquiera pensarlo, mi hijo se levantó del sillón y fue a revisar qué había sido. Ahora él me cuida a mí.
- Me abre las tapas de los frascos que están muy duras. Es más fuerte que yo.
- El otro día, como una humorada, me tomó en brazos. Fue tanto mi impacto que le pedí que nos tomáramos una foto así, yo en brazos de él. Si no la tuviera para comprobarlo, me seguiría pareciendo absurda la idea.
No me sorprende que mi lista tenga que ver con el cuerpo. La primera señal de que mis hijos estaban creciendo fue la distancia que empezó a existir entre sus cuerpos y el mío. Empezamos siendo una misma cosa. Nacieron. Dejaron de tomar teta. Caminaron. Dejaron de dormir conmigo. Y ahora, de repente y demasiado rápido, me cuesta incluso que me abracen con los dos brazos. A veces todavía lo huelo en sus pelos, ese reconocimiento primitivo de que salieron de mi interior. Pero la mayoría del tiempo están lejos y sé que la distancia sólo va a seguir creciendo. Y está bien que así sea.
A veces paso sustos, cuando la regla se demora en llegar, y me cuesta quedarme dormida pensando en tener que pasar por todo de nuevo. Ya no hay deseo ni impulso, sólo queda un poco del instinto, cuando estoy ovulando y se me apaga la cordura y mi cuerpo completo trata de convencerme de que no sería tan terrible. Me acerco rápidamente al fin de mi fertilidad y quizás mi única certeza es que me alegro de haberla ejercido. De ser el testigo principal de la vida de dos personas que, ojalá, sepan dar y recibir amor. No les pido mucho más. Bueno, y que me abran los frascos cuando llegue el momento.
Lucía
09/10/2023Hermoso y real. Tengo una guagua de 7 meses, quiero detener, avanzar y retroceder el tiempo, a la vez.
admin
10/10/2023así tal cual es <3 un abrazo
Isidora
09/10/2023Precioso texto ♥️
admin
10/10/2023gracias <3
Jose Garay
10/10/2023Tan tierno y tan duro a la vez! Me encantó. Saludos desde el Perú ????????