Simulacro de intimidad

No puedo imaginarme a Rihanna dándole like a la historia de alguien, queriendo llamar la atención de esa persona. Lograr que esa persona le hable, la invite a salir, la conozca, la quiera. Pero cada vez que la escucho cantar “we found love in a hopeless place”, es lo único en lo que puedo pensar: en las relaciones sexoafectivas que tenemos o intentamos tener con otras personas a través de las redes sociales. Un lugar que no es un lugar, donde se ofrece una esperanza que muchas veces es sólo una ilusión.

Por mi “trabajo” recibo a diario un montón de mensajes de personas distintas, contando siempre la misma historia. Puede que el principio sea diferente pero los finales suelen estar marcados por la ansiedad profunda de un visto que corta la comunicación, un ghosting que activa traumas de abandono, o bloqueos que otorgan una falsa conclusión. Como si las personas fuéramos un pop-up que se cierra sin ni siquiera leerlo. 

También lo pienso cuando escucho a mis amigas solteras hablar sobre sus conquistas, que la mayoría del tiempo las hacen sentir derrotadas. O cuando les cuento a ellas sobre incursiones no-monógamas que casi siempre terminan conmigo más enamorada de mi marido. Nos mandamos pantallazos de conversaciones o nos reenviamos audios de whatsapp, analizando likes y monosílabos, todo para tratar de encontrarle algún sentido al simulacro de intimidad que ocurre cuando alguien nos elige en ese gran catálogo virtual de personas. Haciéndonos creer que el algoritmo funcionó a nuestro favor, sólo para terminar durando menos que un trend de tiktok.

Hay fotos de mi cuerpo desnudo en celulares de gente que sólo conozco por pixeles. Audios y videos de gemidos y gestos a los que hasta hace poco sólo tenían acceso personas que por lo menos sabían mi estatura. Pero en la pantalla las dimensiones no existen. En el momento en el que decidimos meternos, literalmente, el mundo entero en el bolsillo, hicimos también posible que acceder a lo más profundo de alguien requiera de un esfuerzo demasiado superficial. ¿Es divertido? Muy. ¿Es adictivo, incluso? A veces, especialmente cuando conocer a otras personas es una de tus fuentes principales de diversión. Sin embargo, ¿es de verdad? ¿Estás realmente mirando a un otro a través de una ventana? ¿O estás mirándote a ti mismo empelota frente a un espejo? 

Relacionarse de verdad requiere de riesgo. De elegir voluntariamente acostarse en las vías del tren a mirar el cielo porque está bonito. Lo que está en juego es nada menos que todo, y eso da miedo. Así que no me sorprende para nada que, ante el inevitable momento de revelarse ante alguien, muchas veces se elija dejar el visto por sobre dejarse ver. Pero hay que hacerlo, o por lo menos intentarlo. No seremos Rihanna, pero somos animales de carne, hueso y una tercera cosa que nos mantiene en pie y que se llama deseo. De mirar, tocar y oler a otro cuerpo, y a través de ese cuerpo experimentar al universo entero.

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