Ojo por ojo, lápiz por lápiz
Los sueños se cumplen cabros y yo les voy a decir por qué.
Cada vez que en mi casa se perdía un lápiz, me acusaban a mí de haberlo tomado. Yo lloraba y me enojaba. Pero era cierto. Siempre era cierto. Las plumas fancy de mi papá, los lápices de estudiante de diseño de mi hermano mayor, el lápiz con el que anotábamos los mensajes al lado del teléfono. Todos terminaban en alguno de mis -varios- estuches.