acá no hay mar

La próxima vez que me pregunten si me acostumbro a vivir acá en Santiago, voy a responder que en las noches, cuando cierro los ojos y estoy intentando dormir, veo en mi cabeza el camino entre Reñaca y Viña. El camino en el que mil veces miré hacia afuera, hacia el mar. El camino que me sé de memoria. El camino que siempre me hace sentir segura, aunque vaya en una micro que se desarma y va muy rápido. En mi cabeza revivo ese camino de principio a fin, y me quedo dormida.

Aunque mejor simplemente responda “No” y así evito ponerme a llorar.

 

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