Amo el papel. La textura del papel, el olor del papel. Me encanta pasar la mano por el reverso de una hoja de papel usada. La irreversibilidad de doblar un papel. Un sobre de papel para meter más papeles adentro. El craft, el seda, el volantín, el canson, el diamante y hasta el simple bond. Amo escribir en un papel.

Tanto amo el papel que no puedo botarlo a no ser que su calidad de basura sea innegable. Por lo que se me hace casi imposible ordenar. Pero el otro día lo hice. Ordené todo el papel que había guardado por una razón u otra, desde que era chica. Entradas al cine, entradas a conciertos, mensajes dejados en la mesa, cartas, diarios, cuadernos de taller. Dibujos, listas, juegos de bachillerato, boletines de notas del colegio y los programas de mi matrimonio. Papeles llenos de polvo que revivieron situaciones o personas que hace tiempo ya estaban olvidados.

Amo el papel porque es tanto más que sólo papel.

Quiero hacer algo con todos esos papeles que encontré. Sacarles fotos, contar la historia de por qué ese papel es un recuerdo y no basura. Quiero hacer algo con los papeles de mi vida. Algo más que sólo guardarlos en un baúl para tenerlos juntos y cerca en caso de incendio.